Políticamente corrector (de estilete)

miércoles, 12 de agosto de 2009

Bibliodiversidad

Si algo deberían agradecerle al «fenómeno Larsson» casi todos los miembros de la rueda editorial —a excepción de correctores y maquetadores (subclase que no se beneficia ya ni siquiera en figurar en los créditos de los libros, como sucedía antaño)— es de que Larsson está funcionando a modo de parche para el estrepitoso bajón de ventas del volumen general del mundo editorial. De no haberse editado la trilogía de Larsson en 2009, ya hablaríamos de «Crisis del ’29» del sector editorial.

Es por ello que libreros, editores y todo aquel que se beneficie con el «fenómeno Larsson», hablará maravillas del danés hasta exprimirle la última gota comercial, porque les da de comer.

Pero creer que el mundo editorial sobrevivirá en el futuro con estos golpes de marketing es apostar a la ruleta rusa, porque no siempre las grandes campañas de marketing logran algo así. Cualquiera sabe que, además, hay una dosis indescifrable de moda, azar, suerte, oportunismo, necrofilia y quién sabe qué más para que una cerilla y un bidón de gasolina enciendan tal reguero de ventas.

Larsson se lee, además de por los méritos literarios que sin duda tiene, porque todos los medios de comunicación han cerrado filas para elevar al Olimpo la saga, como «modus operandi» para dinamizar un mercado alicaído y estancado en muchos aspectos.

Pero no podemos convertir a sabiendas un «modus operandi» coyuntural en un «modus vivendi» de la ecología editorial. O no deberíamos, porque la catástrofe ecológica del mundo editorial ya se evidencia con meridiana claridad, la desaparición de especies literarias de valor incalculable no deja de aumentar a un ritmo inversamente proporcional a las ventas de Larsson.

¿Después de Larsson qué? Pues ya inventarán algún otro genio, pero lo más triste es que desaparecen de las estanterías verdaderos genios que son un aporte real a la cultura, fundamentales para la «bibliodiversidad».

El mundo del libro también obedece a la teoría de la evolución, y las especies editoriales maduran con el tiempo y el cuidado de los verdaderos editores, creer en la generación espontánea de «best-sellers» salvadores es similar a creer demasiado en «pseudo-Illuminatis».

Lo que cuenta es apostar por una auténtica política editorial a largo plazo, que produzca «long-sellers» que no solo engorden bolsillos sino que hagan un aporte cultural que expanda y democratice el acceso a la verdadera cultura, haciendo realidad la doble naturaleza del libro como bien simbólico y como mercancía comercial.  

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